jueves, 12 de agosto de 2010

La lluvia en Sevilla

El interior de un avión de Iberia. El pasajero Henry Higgins (interpretado por Rex Harrison) pide a la azafata un vaso de agua. La azafata, Eliza Doolittle (interpretada por Audrey Hepburn) se lo trae, y justo cuando va a dárselo, pierde el equilibrio y vierte toda el agua sobre la cabeza de Higgins. A éste no parece importarle el percance. Sonrientes ambos personajes, miran a la cámara y recitan: “The rain in Spain stays mainly in the plane”.

martes, 20 de julio de 2010

El lugar del abrazo

El lugar del abrazo es una playa apacible y solitaria en la que acaba de ponerse el sol. No importa que esté al norte o al sur, y da igual que sea invierno o verano. Poco a poco, la luna va iluminando la arena y las olas.

lunes, 19 de julio de 2010

Memoria




Entré en el recogido claustro de San Lorenzo, en Florencia, después de visitar la Iglesia. Distraído, reparé en algunas de las lápidas de quienes están allí enterrados, dispuestas verticalmente en el muro. Siempre se dedican bellas y sentidas frases a los que ya no están para leerlas: "Dejó deseo de sí en los amigos, e inmenso dolor en los hijos", (“Lasciò desiderio di se negli amici, ed alto dolore nei figli”), cosas así. La curiosidad suele tirar de mí para leer este tipo de textos, frente a los cuales no acostumbro a ser tan escéptico como tantos descreídos: siento que en ellos hay más verdad que compromiso.

Me detuve ante una amplia losa de mármol dedicada a una joven noble muerta a los 26 años, en febrero de 1835: Elisabetta, née Corsini-Waldstaetten. Fue el desconsolado marido el que redactó el epígrafe; debía de ser mayor que ella (“Te me has adelantado por aquel camino en el que creí te precedería”), y el llanto se le adivina en la serie de elogios que dedicó a quien fue su esposa (“tú, delicia y gloria de los tuyos, por la angélica simplicidad de costumbres, por cristianas virtudes de todos conocida, sólo de ti misma ignorada, tú guía, tú luz y esperanza”). Las circunstancias de la muerte fueron al parecer trágicas, tal vez a resultas de una enfermedad de transcurso rápido que se la llevó cuando estaba embarazada (“en medio de la paz del hogar, próxima a alegrarme con nueva prole, de improviso y sin defensa posible me fuiste arrebatada”). El marido confesaba que había muerto con ella lo mejor de sí mismo, y que ya no le quedaba en la vida más que sus hijos (“ahora que contigo está sepultada la óptima parte de mí, y hasta que no me sea dado acompañarte, sólo en los tiernos hijos que me has dejado espero consuelo"). Me conmovió ese sentimiento tan vivo expuesto en la pared del claustro, llamando a la compasión de quien tuviera la paciencia y la deferencia de leer la cuidada leyenda. Aquel "dolentissimo" Iacopo Casanova que concibió la lápida quiso dar testimonio de su amor y de su dolor, testimonio que sólo puede llegarnos a través de los años y los siglos si le prestamos la mínima atención que nos viene reclamando desde entonces.

Casi sin querer me encontré leyendo la lápida siguiente. Está junto a la anterior y es del mismo tamaño y estilo, pero no se me ocurrió pensar en principio que tuviese alguna relación con la primera. Y claro que la tiene: fue escrita “En honor y memoria del Generale Cav. Commendatore Iacopo, hijo de Agapito Casanova”, muerto el 9 de mayo de 1835. Volví a la inscripción anterior, y efectivamente precedía al nombre de Iacopo Casanova la abreviatura “Gen[enerale]. Com[mendatore]. El doliente marido no sobrevivió ni tres meses a su amada. Tenía 60 años, y hasta aquel fatídico febrero en que enviudó, su vida había transcurrido entre glorias militares y delicias familiares; al menos en el drástico resumen biográfico de la lápida, que no deja dudas sobre la causa de su muerte: “en el colmo de los honores, entre las alegrías y esperanzas domésticas, le fue arrebatada por muerte súbita su dilecta esposa; se precipitó en un abismo de dolor, de tal modo que pronto cayó enfermo y dejó sin más de vivir”. Ambos comparten la tumba desde entonces. Este segundo epígrafe fue redactado por los tutores testamentarios de los huérfanos, dos niños que debían de ser aún de corta edad y cuyos nombres, Antonietta y Averano, hiceron constar aquellos a cuyo cargo quedaron.

Es fácil que, después de leer las dos lápidas, los pensamientos del ocioso visitante del claustro vuelen hacia aquellos niños, sometidos en tan corto espacio de tiempo a pérdidas tan devastadoras. Y si el visitante, siguiendo con su serie de lecturas, pasa a la siguiente lápida, más pequeña que las otras dos, podrá sentir incluso la voz de uno de ellos: en efecto, es Antonietta, en primera persona, quien habla ahora desde este trágico muro: “Fui Antonietta Casanova, dulce primicia y por cinco años objeto de la dilecta solicitud de mis óptimos padres, a quienes perdí, uno tras otro, en breve tiempo”. No sabemos quién fue el redactor esta vez, pero al adoptar la voz de aquella niña de cinco años quiso, innecesariamente, acentuar el dramatismo de su muerte, acaecida el 22 de mayo de aquel negro 1835; sólo trece días sobrevivió la pequeña a su apenado progenitor. El sentido teatral del epígrafe se sigue manifestando en las siguientes líneas: cuenta Antonietta que, en su tristeza, no cesaba de llamar a sus infortunados padres, hasta que su madre se le apareció desde el cielo y ella subió entonces a reunirse con los dos. Y aún otro golpe de efecto: se dirige luego la niña a su hermano menor, diciéndole que no sufra, porque se ha ido feliz, y animándole, como último del linaje que ya es, a que honre su nombre: en efecto, ya sólo él quedaba para “dejar viva la imagen de la virtud de los nuestros”.

Las últimas dos líneas de esta tercera lápida interpelan directamente al lector, incitándole a meditar. No hacía yo otra cosa cuando salí de nuevo al sol y al vivísimo bullicio de la calle.

domingo, 27 de junio de 2010

Dos sueños que son el mismo

Caminamos los dos por la playa, solos, milagrosamente secos e ilesos tras el naufragio que nos ha arrojado a esa costa remota. Olas grises traen los despojos a la orilla. Cae la tarde, hace viento y frío. Buscamos un refugio entre el ramaje y las rocas y allí nos acurrucamos, muy juntos, para pasar la noche.

Dentro de una nave oscura, en medio de un viaje a no sé qué estrella. Te inclinas sobre una mesa llena de instrumentos y pantallas mientras yo compruebo algo en la misma sala. Nos miramos sabiendo que es la única salida: el polizón tiene que ocupar una de las cápsulas de hibernación, lo que deja sólo una libre. Cuando nos tendemos los dos en el estrecho cubículo lo hacemos sin saber si alguna vez despertaremos.

miércoles, 9 de junio de 2010

Republicanos

La policía ha detenido a dos jóvenes que estaban quemando en la vía pública una radiografía del rey. "Nuestra aversión a la monarquía es muy profunda", declaró uno de ellos.

domingo, 6 de junio de 2010

sábado, 22 de mayo de 2010

Dediquémonos al cine



Se trata de rodar un cortometraje. Quiero que sea surrealista e interactivo, porque ha de suscitar reacciones complejas de comprensión o rechazo en el público. El comienzo refleja un amanecer de invierno en la gran ciudad: ambiente gris, lluvia, tráfico intenso, transeúntes apresurados mirando al suelo bajo los paraguas. Muchos paraguas. La cámara insiste en los paraguas, primeros planos de mangos y varillas, perspectivas de aceras largas cubiertas de húmeda y brillante tela de paraguas. Es la única manera de que el espectador comprenda por qué el protagonista, que acaba de salir de un portal, masculla una maldición: el paraguas se le ha olvidado arriba, claro. Es importante que no se entienda esta primera frase del personaje. Sería un recurso demasiado fácil hacerle decir “¡Maldición, he olvidado el paraguas!” Si se tienen dudas acerca de si el espectador entenderá el enfado del protagonista, siempre podrá acentuarse el carácter gestual de la escena, de modo que nuestro hombre, al salir, haga algunos aspavientos de fastidio, extienda la mano para que se vea que se ha dado cuenta de que llueve, mueva los brazos como si tratara de abrir un paraguas, mire con desesperación hacia arriba y encoja los hombros resignado para que todo el mundo se haga a la idea de que no merece la pena volver a subir ocho pisos porque el ascensor está estropeado. Y si se sospecha que la perspectiva de la escalada al octavo no va a quedar lo suficientemente clara, no puede caerse en la tentación de hacerle decir al protagonista que el ascensor no funciona; no, por supuesto que no, sería un recurso demasiado fácil. Siempre puede añadirse, al conjunto de gestos que ya ha hecho, el de subir escaleras mostrando ocho dedos y el de cansarse mucho, y a continuación el de apuntarse con el pulgar al pecho, mirando a la cámara con una amarga media sonrisa, y decir que no con el dedo índice. Con un último ademán que exprese más o menos que hay que joderse, el protagonista echa a andar calle abajo, con las manos en los bolsillos, la cabeza hundida entre los hombros, y completamente empapado por haberse entretenido tanto en gesticular delante del portal de su casa.

A estas alturas es previsible que algunos espectadores se hayan ido ya, al menos todos aquellos que no esperasen que la película fuese muda. No lo es, pero ellos no lo saben, y de todas formas les parece muy visto ese inicio mañanero y lluvioso. No hay que preocuparse por estas deserciones, porque como el corto es interactivo y precisamente pretende que el espectador reaccione, la huida es todo un éxito. Siempre que no sea total, claro está. Deben quedar algunos en la sala que sigan interactuando, pero en plan positivo, asimilando los mensajes que se les van lanzando desde la pantalla. En ella, por cierto, nuestro protagonista avanza hecho una verdadera sopa. Los espectadores se darán cuenta de que esta situación es enormemente fastidiosa para él, porque más o menos todos tenemos la experiencia de caminar bajo una lluvia copiosa y sabemos que la cosa se las trae. Así que no es necesario subrayar la molestia de nuestro hombre mostrando, por ejemplo, cómo el jersey se le va agrandando al cargarse de agua, o cómo saca varias pequeñas truchas de alguno de los bolsillos de su abrigo, convertidos todos en auténticos acuarios. Esto acentuaría desde luego el carácter surrealista del corto, pero disminuiría considerablemente su interactividad, y hay que mantener el equilibrio a toda costa.

El protagonista entra finalmente en un local. Debe haberse dejado transcurrir el tiempo suficiente para que el espectador asuma que es imposible seguir en la calle y respalde así psicológicamente el comportamiento de nuestro hombre, que se acerca al mostrador y dice (y bien clarito, para que se fastidien los que pensaron que la película era muda): “Un café y un par de churros”. Esta frase debe cumplir el objetivo de incomodar al espectador, que lógicamente se extrañará porque sabe que los churros no se piden por pares; así se va introduciendo en la escena cierta sensación de rareza que prepara la inesperada respuesta del barman: “Los veo, y van veinte más”. Un primer plano del rostro todavía chorreante del protagonista, con una muy reconocible expresión de asombro, pasa a ocupar ahora toda la pantalla. El plano debe mantenerse unos segundos para que el espectador tenga tiempo de reconstruir el pensamiento de nuestro héroe, que con su sola mirada debe transmitir todo lo que que pasa por su imaginación en ese momento. Y no es poco, empezando por preguntarse dónde ve el encargado del local el par de churros, porque le ha respondido dirigiéndose directamente a él, sin mirar a ningún otro sitio, y además la barra está absolutamente vacía; ¿acaso piensa que se los ha traído de su casa para tomarlos allí con el café?; y en todo caso, ¿por qué se empeña en ponerle diez veces más, si está claro que no hay quien pueda tomarse en solitario tal papelón de churros?

La escena, ahora en plano medio, es tensa. El local es oscuro. A uno y otro lado del mostrador están los dos sujetos, violentamente iluminados por la solitaria bombilla que cuelga del techo. El hombre sin paraguas lo intenta de nuevo: “Mejor póngame sólo el café”. La respuesta es rápida: “Órdago a la grande”. No nos debe desanimar mucho que durante la proyección de la película en salas comerciales haya una nueva retirada de espectadores precisamente en este punto. Es un nuevo éxito de la interactividad, ahora propiciada por el surrealismo de la escena, tan intenso que resultará insoportable para muchos. Es cosa que no se puede evitar. Los que se vayan se perderán el desenlace, que ya está cercano. Sucede así:

Nuestro hombre mira a un lado y a otro, nervioso. Advierte que no está en un bar, que se ha equivocado de local, tal vez trágicamente; este adverbio es sugerido por la música, una sucesión sincopada de disonancias muy agudas de la cuerda, mezcladas quizás con gritos de animales (puede indicarse al técnico de sonido que pruebe a grabar a un mono al que se le ofrecen y retiran continuamente bandejas repletas de frutas). El protagonista retrocede, primero lentamente separándose del mostrador, y luego más rápido, hasta alcanzar la puerta. Sale a la acera. Mira hacia arriba, con la lluvia golpeándole de nuevo la cara, y lee el cartel que corona el portal por el que acaba de salir. Primer plano del letrero: “Faroles Gómez”. Fundido en negro. Fin. Títulos de crédito (o no, si se ve mejor no asumir demasiadas responsabilidades).

Sólo los espectadores que han aguantado hasta el final comprenden que, efectivamente, Gómez el farolero ha cumplido a la perfección con su trabajo, que es lo que debemos hacer todos. Y es que el arte contemporáneo no debe huir de las moralejas edificantes, qué caramba.

jueves, 20 de mayo de 2010

Gas

El agente de policía Gonzalo G. P., miembro de la brigada antidisturbios, padeció durante años una extraña enfermedad profesional: cada vez que la dolencia se manifestaba, sufría un ataque de gases y se le saltaban las lágrimas.

sábado, 15 de mayo de 2010

Curiosidades del olimpismo



Uno de los secretos mejor guardados de Pierre de Frédy, Baron de Coubertin, el moderno restaurador de los Juegos Olímpicos, era su escudo de armas: en campo de azur, un tenedor de plata muy pequeño muy pequeño; un cubertín.

martes, 11 de mayo de 2010

Folleto de la Reserva Ornitológica


¿No tiene nada especial que hacer en estas entrañables vacaciones? Visite nuestra reserva ornitológica “La quimera del loro”. No se arrepentirá. He aquí un pequeñísimo avance de lo que podemos ofrecerle.
La visita se inicia muy de madrugada, horas antes de la salida del sol. Tras la llegada al centro de visitantes, nos pondremos en marcha hacia el hábitat natural de nuestras aves. El trayecto es corto: sabremos que hemos llegado a nuestro destino porque encontraremos el suelo lleno de nidos de lechuza chapucera, ave incapaz de sujetarlos debidamente a las ramas de los árboles. El ruido de los tropezones y el chasquido de los nidos pisoteados no nos impedirá espiar las curiosas costumbres del búho nero, que recorre los bosques recogiendo todo tipo de desechos, y que no hace demasiado caso a los curiosos amantes de la naturaleza que los observan. Sí tendremos que tener cuidado, sin embargo, con lo que nos pueda caer encima, y no por los nidos de lechuza chapucera, normalmente livianos (se han desplomado a veces con 2 ó 3 pollos de varios kilos dentro, pero no es frecuente: se caen antes), sino porque son las horas nocturnas las preferidas por el quebrantaquesos para bombardear la floresta con las piezas artesanales de leche de oveja que se elaboran en la comarca. Estas inteligentes aves han desarrollado infalibles argucias para despistar a los guardas de los almacenes, y elevándose con su botín, lo sueltan desde gran altura para reventarlo contra el suelo y así, vencida la dura corteza, comer tranquilamente.
Pero es en las horas diurnas cuando el espectáculo de la reserva alcanza todo su esplendor. Al alba podremos ver al buitre mendista, siempre exagerado en sus ademanes, tan adaptado al medio en el que se desenvuelve que lo mismo come cortezas de queso que pollos lisiados de lechuza chapucera. Asistiremos a las ruidosas cacerías del águila barriobajera, que insulta a sus presas para desmoralizarlas antes de caer sobre ellas; con suerte, tal vez sorprendamos a estas fieras emplumadas en su ritual de apareamiento, con continuos desplantes, miradas torvas, escupitajos de medio lado y expresiva gesticulación de sus garras: los machos suelen agitar ante sus rivales una de ellas, manteniendo en posición vertical, hacia arriba, su dedo central mientras repliegan los otros sobre sí mismos.
Y no todo acaba con las rapaces y las carroñeras. Tras un corto trayecto en vehículos todoterreno llegaremos a los humedales, para contemplar a nuestras anchas a las aves acuáticas: veremos al pato de feria, nadando en apretadísimas bandadas amarillas, marcados ya todos los ejemplares con argollas en la espalda y numeritos en la barriga; nos deleitaremos con la afanosa espátula, chapoteando en sus estanques de aguaplast; disfrutaremos del plumaje azul asfixia del flamenco flatulento, feliz en sus charcas de agua con gas; y seremos testigos del vuelo de la garceta de Madrid, majestuoso y grave, como corresponde a su condición de volatín oficial del Estado, acudiendo siempre allí donde hay lagunas. Los gazapos gigantes, abundantísimos entre las apiladas masas de garcetas de Madrid, son la presa preferida del milano miope, única rapaz conocida que no necesita tener buena vista para asegurarse copiosos banquetes, de tan visibles que son siempre sus víctimas.Y eso no es todo. Recomendamos que no abandonen la reserva sin acercarse de nuevo al centro de visitantes, donde, además de adquirir algún recuerdo, podrán asistir en vivo al trabajo de nuestros biólogos: es enternecedor ver con qué atención siguen las lechuzas chapuceras las clases de ubicación nidal y entrelazado de ramas, sobre todo si se contrasta con el desinterés con el que acuden las águilas barriobajeras a las sesiones de inducción al comportamiento sociable: recostadas contra la pared, con un palillo en el pico, y mirando todo el tiempo a las lechuzas mientras emiten un extrañamente carcajeante sonido gutural.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Demora

Cita:
"Hemos tardado 20 años", dice Tom van Lent.
(National Geographic, abril 2010)

Comentario:
Con ese apellido, no es de extrañar.


viernes, 26 de marzo de 2010

Provocación


Terminadas las bendiciones y las preces, el capitán Luis Suárez de Zafra dio unos pasos al frente. A la vista de todos, todavía descubierto, aventó con rabia un puñado de tierra. Para aquel gesto no necesitaba intérpretes. Él la había ganado y dado al rey, y bajo su dominio y al arbitrio de su voluntad quedaba en adelante todo el valle fecundo que se extendía entre la selva y el desierto. Los indios que lo habitaban, sordos al requerimiento y a las advertencias, yacían ahora muertos o reducidos de resultas de la guerra justa que había tenido que mover contra ellos. Algunos estaban presentes, y un escalofrío de terror sacudió sus débiles cuerpos desnudos porque supieron ver el presagio en el ademán de aquel bárbaro.
Las tormentas de arena comenzaron al día siguiente. No cesaron hasta mucho después de que el último de los intrusos blancos abandonara el lugar, hasta que las ruinas estuvieron completamente cubiertas, hasta que no quedó ni la huella ni el recuerdo de aquella jornada.

jueves, 25 de marzo de 2010

Congruencia


A. C. era un autor coherente.
Escribió versos diversos y prosas diprosas.
En su madurez sus poemas ganaron en versatilidad y sus novelas en prosatilidad.

Gustaba de documentarse bien, y así como para componer la más sentida de sus ficciones no dudó en trasladarse un tiempo a una leprosería, fue en una leversería donde obtuvo la inspiración para sus elegías mayores.
No contentó a todos, pues su particular estilo le granjeó adversarios y adprosarios. Pero su capacidad y su constancia hicieron que algunos de ellos cambiaran radicalmente de opinión, y así tuvo lectores conversos y lectoras comprosas.
Durante sus últimos años, cuando un cantautor versionó su poesía, otro prosionó sus relatos.

Tras su muerte surgió la sorpresa. Al repasar su legado, sus herederos hallaron en una gaveta su obra oculta. Nadie antes había sospechado su dedicación a los versos perversos. Aún buscan, convencidos de que habrán de hallarlas, sus prosas perprosas.

domingo, 21 de marzo de 2010

Folleto del Acuario


¡No dejes de visitarnos! En nuestras acondicionadas aguas nadan los más maravillosos ejemplares procedentes de los fondos marinos. A través de las paredes transparentes de los túneles que cruzan los inmensos tanques, tendrás a la vista las más diversas especies, desde las más comunes, como los dialogantes besugos, las doradas alasal o los atunes en aceite, hasta las más raras: el pez E, por ejemplo, cuyas escamas parecen un teclado y sus ojos dos pantallas, o el calamar ciano, que se diría venido de otro planeta. Con algo de suerte, podrás atisbar la esquiva figura del pez en cuando, que sólo en rarísimas ocasiones sale de su guarida; te enternecerás ante el espectáculo de la rastrera vida, y agotada, del pez adilla, de sueño agitadísimo; y te deleitarás con los armoniosos movimientos de los orondos peces barba, incapaces de virar a la derecha.
A través de especiales cristales de aumento podrás contemplar al diminuto pez ecillo, y luego, como contraste, podrás volver al mundo de las grandes dimensiones contemplando al tiburón de Spielberg o al merluzo de Aznar. En el pabellón de los cetáceos reina el delfín de Francia, que comparte aguas con la ballena alegre, la orca y la guillotina. Y aún quedan sorpresas: ¿sospechaste alguna vez la existencia del pez bomba, que a la vista de un peligro se infla hasta que estalla? ¿Conoces algún caso de adaptación al medio como el de las bartolas de mar, permanentemente recostadas en el blando lecho de grava, capaces de desencajar sus mandíbulas hasta permitir la salida de su aparato digestivo, el cual, al completo, recorre los alrededores en busca de alimento y sólo vuelve cuando ya está saciado? ¿Y qué decir de la brillantez y colorido de los fondos, con los corales de Bach, las hidras elgaitero o las feas anémonas, que aunque se vistan de seda, anémonas se quedan?
La naturaleza también es despiadada: podrás comprobarlo viendo cómo el pez martillo persigue a las despavoridas puntillitas o cómo tiemblan los sargazos ante la presencia del pez sierra. No obstante, esa naturaleza cruel tiene a veces sus mecanismos de compensación, como los que se dan entre nuestras dos especies de peces espada: el pez espada Chin hiere atacando como un relámpago, sí, pero siempre va detrás de cada ejemplar un pez espada Drapo, que cura los tajos con igual rapidez.
¡Anímate a recorrer nuestras instalaciones! Participa en nuestras ofertas interactivas. Esta semana, "Alimenta a nuestras pirañas con tus propias manos" y "Chapapotea en nuestros tanques de fuel". ¡No te lo pierdas!

miércoles, 17 de marzo de 2010

La modelo


Vamos llegando al estudio, colocando a nuestra conveniencia banquetas y caballetes, preparando los materiales. Ella dispone sonriente el lugar en el que va a situarse, y mientras bebemos una taza de té acordamos cómo discurrirá la sesión: varias poses cortas para tomar apuntes, una al final más larga para trabajar luces y sombras.
Se retira un momento y vuelve con una bata ligera. Preferimos no mirar cuando se prepara, pero desde el mismo instante en que la notamos inmóvil y a la espera, fijamos los ojos en su menuda desnudez. Damos algunos pasos a su alrededor, observando a distintas alturas y desde diferentes lugares la composición que ha decidido ofrecernos. Elegimos el punto de vista y comenzamos. Ella soporta con los miembros relajados y la expresión ensimismada y seria el silencio intenso de nuestras miradas. Se ha transmutado en un enigma que hay que desvelar sobre el papel, en cuya superficie habrá de reordenarse un cuerpo que ahora yace descompuesto en un conjunto de distancias, de ángulos e inclinaciones, de puntos de referencia y de apoyo, de líneas de contorno y de estructura.
Se diría que ha vuelto en sí cuando por fin se mueve y se cubre. Enciende un cigarrillo, sonríe de nuevo, quiere ver los bocetos. Se los mostramos y nos hace comentarios amables.

martes, 16 de marzo de 2010

Noruega



Sentado en la orilla al fondo del fiordo. Casitas de colores en la ladera verde. Más arriba bosques casi verticales, paredes de roca, alguna mancha de nieve, cascadas altísimas. Me interno en el valle subiendo por la carretera, paralela a un arroyo que alivia hacia el mar los bríos del deshielo. Una iglesia de madera; más allá una casa y un granero. Dos ciclistas pedalean rozando la alta hierba esmeralda. La carretera hace una leve curva y descubre un lago que embalsa el agua azul verdosa del glaciar. Los árboles de la orilla, la brisa, la luz intensa y difusa. Hay un bote en un pequeño embarcadero.

El nombre de este blog

Quise llamarlo Equinocio, y no por error. No es que se me olvidara duplicar la c, aunque era como si la palabra añorara la letra perdida y siguiera evocando la noche que está en su raíz latina. Así acortada, apuntaba también esa voz al tiempo en el que no hay obligación alguna que cumplir. Y esa era la lectura correcta, la combinación de ideas que había de señalar al ocio nocturno del autor. Consideré luego inevitable que hubiese quienes creyeran, al ver el título, que este blog ofrecía lectura para jinetes, apostadores y otros amantes del turf. Resignado a no conseguir que las primeras sílabas se conserven siempre equilibradas, sin que se desboquen y se conviertan en equinas, he cambiado el nombre. Sólo queda de él un leve rastro, una sombra: ojalá que se haga sentir, y que al menos una vez cada seis meses las palabras que aquí se publiquen merezcan la parada que algún enredado vagabundo quiera hacer en ellas.