martes, 11 de mayo de 2010

Folleto de la Reserva Ornitológica


¿No tiene nada especial que hacer en estas entrañables vacaciones? Visite nuestra reserva ornitológica “La quimera del loro”. No se arrepentirá. He aquí un pequeñísimo avance de lo que podemos ofrecerle.
La visita se inicia muy de madrugada, horas antes de la salida del sol. Tras la llegada al centro de visitantes, nos pondremos en marcha hacia el hábitat natural de nuestras aves. El trayecto es corto: sabremos que hemos llegado a nuestro destino porque encontraremos el suelo lleno de nidos de lechuza chapucera, ave incapaz de sujetarlos debidamente a las ramas de los árboles. El ruido de los tropezones y el chasquido de los nidos pisoteados no nos impedirá espiar las curiosas costumbres del búho nero, que recorre los bosques recogiendo todo tipo de desechos, y que no hace demasiado caso a los curiosos amantes de la naturaleza que los observan. Sí tendremos que tener cuidado, sin embargo, con lo que nos pueda caer encima, y no por los nidos de lechuza chapucera, normalmente livianos (se han desplomado a veces con 2 ó 3 pollos de varios kilos dentro, pero no es frecuente: se caen antes), sino porque son las horas nocturnas las preferidas por el quebrantaquesos para bombardear la floresta con las piezas artesanales de leche de oveja que se elaboran en la comarca. Estas inteligentes aves han desarrollado infalibles argucias para despistar a los guardas de los almacenes, y elevándose con su botín, lo sueltan desde gran altura para reventarlo contra el suelo y así, vencida la dura corteza, comer tranquilamente.
Pero es en las horas diurnas cuando el espectáculo de la reserva alcanza todo su esplendor. Al alba podremos ver al buitre mendista, siempre exagerado en sus ademanes, tan adaptado al medio en el que se desenvuelve que lo mismo come cortezas de queso que pollos lisiados de lechuza chapucera. Asistiremos a las ruidosas cacerías del águila barriobajera, que insulta a sus presas para desmoralizarlas antes de caer sobre ellas; con suerte, tal vez sorprendamos a estas fieras emplumadas en su ritual de apareamiento, con continuos desplantes, miradas torvas, escupitajos de medio lado y expresiva gesticulación de sus garras: los machos suelen agitar ante sus rivales una de ellas, manteniendo en posición vertical, hacia arriba, su dedo central mientras repliegan los otros sobre sí mismos.
Y no todo acaba con las rapaces y las carroñeras. Tras un corto trayecto en vehículos todoterreno llegaremos a los humedales, para contemplar a nuestras anchas a las aves acuáticas: veremos al pato de feria, nadando en apretadísimas bandadas amarillas, marcados ya todos los ejemplares con argollas en la espalda y numeritos en la barriga; nos deleitaremos con la afanosa espátula, chapoteando en sus estanques de aguaplast; disfrutaremos del plumaje azul asfixia del flamenco flatulento, feliz en sus charcas de agua con gas; y seremos testigos del vuelo de la garceta de Madrid, majestuoso y grave, como corresponde a su condición de volatín oficial del Estado, acudiendo siempre allí donde hay lagunas. Los gazapos gigantes, abundantísimos entre las apiladas masas de garcetas de Madrid, son la presa preferida del milano miope, única rapaz conocida que no necesita tener buena vista para asegurarse copiosos banquetes, de tan visibles que son siempre sus víctimas.Y eso no es todo. Recomendamos que no abandonen la reserva sin acercarse de nuevo al centro de visitantes, donde, además de adquirir algún recuerdo, podrán asistir en vivo al trabajo de nuestros biólogos: es enternecedor ver con qué atención siguen las lechuzas chapuceras las clases de ubicación nidal y entrelazado de ramas, sobre todo si se contrasta con el desinterés con el que acuden las águilas barriobajeras a las sesiones de inducción al comportamiento sociable: recostadas contra la pared, con un palillo en el pico, y mirando todo el tiempo a las lechuzas mientras emiten un extrañamente carcajeante sonido gutural.

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