viernes, 26 de marzo de 2010

Provocación


Terminadas las bendiciones y las preces, el capitán Luis Suárez de Zafra dio unos pasos al frente. A la vista de todos, todavía descubierto, aventó con rabia un puñado de tierra. Para aquel gesto no necesitaba intérpretes. Él la había ganado y dado al rey, y bajo su dominio y al arbitrio de su voluntad quedaba en adelante todo el valle fecundo que se extendía entre la selva y el desierto. Los indios que lo habitaban, sordos al requerimiento y a las advertencias, yacían ahora muertos o reducidos de resultas de la guerra justa que había tenido que mover contra ellos. Algunos estaban presentes, y un escalofrío de terror sacudió sus débiles cuerpos desnudos porque supieron ver el presagio en el ademán de aquel bárbaro.
Las tormentas de arena comenzaron al día siguiente. No cesaron hasta mucho después de que el último de los intrusos blancos abandonara el lugar, hasta que las ruinas estuvieron completamente cubiertas, hasta que no quedó ni la huella ni el recuerdo de aquella jornada.

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