domingo, 4 de septiembre de 2011

viernes, 2 de septiembre de 2011

Peripecia de un hombre que lo hizo

Cuando se quedó sin esperanza, el hueco en el que habitaba con ella le pareció tan negro y tan frío que no quiso que nadie la perdiera por él y, a su modo, supo ser compasivo con quienes lo querían. Arregló discretamente sus asuntos y emprendió el viaje. Pasó noches enteras en trenes y autobuses. En una parada se deshizo de su anillo, en otra de su reloj. A los pocos días se perdió para todos en un confín inencontrable, sin apenas pronunciar palabra y sin dar nunca su nombre. Recorrió el último tramo a pie, campo a través. Junto a un regato quemó sus documentos de identidad. Y luego, al final del camino, agotadas las fuerzas y el poco dinero, voló desde un altísimo acantilado y se lo tragaron las olas oscuras de un mar acogedor. Pasó una madrugada enganchado al pilote de un embarcadero, con las cuencas vacías y sonriendo sin labios, y ahora la sal, la arena y el viento corroen la losa muda que cubre su tumba, al fondo del cementerio.